Recuerdo
que de niña tenía tres interrogantes (eran cuatro en realidad, pero el cuarto
aun no fue respondido, entonces lo dejo para otra oportunidad)
El primero
de ellos fue el que a más temprana edad apareció. Sé que era aún muy niña,
porque al pensar en esto (generalmente sucedía que me ponía a pensar en esto
por las noches), se generaba en mi una sensación de inmensa incertidumbre (a
tan temprana edad las sensaciones se viven como sensaciones, sin rotulo ni definición,
solo sensaciones, por eso me es difícil describirlo en palabras, como sucederá también
con los otros dos interrogantes) que me encontraba, a los pocos minutos,
acurrucada en la cama de mis padres, en medio de mi madre y mi padre buscando protección.
El
interrogante constaba de dos preguntas. La primera fue, según recuerdo, la
siguiente: El día que yo muera, muere mi cuerpo, y yo desaparezco del universo,
así sin más? Y para siempre? Y qué significa para siempre? Y como puede ser que, existiendo
un para siempre, yo desaparezca y no
exista nunca más. Nunca más? Y qué significa nunca?
Y recuerdo
claramente, sentir dentro mío la sensación de eternidad, y era ésta una sensación
extremadamente abrumadora, y al mismo
tiempo, tenía la certeza de que era absolutamente real.
Entonces,
yo desparezco para siempre, y hay un para siempre que existe para siempre…pero
sin mi existencia que también para siempre desaparece?
Era tan
absurdo este razonamiento, que un día me sentí tan abrumada que deje de pensar
en él…y, así, de una noche para la otra, despareció.
El segundo
interrogante surgió, creo, un tiempo después, pero se complementaba por las
noches con el primero…ambos comenzaron a darse a la vez. L pregunta era ésta: Si
dicen que el universo en infinito…como puede ser infinito si está formado solo de
materia? Estrellas, planetas, cometas (seguramente imaginara a Santa Claus también
en el conglomerado de materia por esos tiempos) se suceden infinitamente? Si hay algo que llamamos materia debe también existir
algo que sea no materia que esta mas allá de ese espacio formado por planetas,
estrellas y cometas. Debe haber algo que todo lo englobe. Y tenía la sensación
corporal, así como me ocurría con el interrogante sobre el tiempo, de que eso
de la infinitud del universo como universo exclusivamente material no podía ser.
Lo sentía en mi cuerpo…no lo pensaba, simplemente lo sabía, en cada célula, en
cada parte de mi ser. Sabía que había algo en esta explicación que no podía ser
correcto.
Un tiempo más
tarde, apareció el tercer interrogante. Siendo niña, tenía una amiga en la
escuela primaria, Mariana se llamaba. Era mi amiga más cercana, mi mejor amiga.
Vivía sola con su madre porque su padre había muerto cuando ella era muy niña.
Yo por mi lado vivía en un hogar donde el conflicto era moneda corriente; las
peleas, los gritos, hasta la violencia física era moneda corriente. Y las
dificultades económicas constantes potenciaban lo anterior. Encontré entonces, en
casa de mi amiga y su madre, un refugio donde me sentía como en un cuento de
hadas. No existían las peleas, y siempre había algo nuevo para hacer. Recuerdo
que íbamos a su casa country, nos bañábamos en una gran piscina, comíamos en el
restaurante, paseábamos por los centros comerciales de donde siempre volvíamos con
algún regalo y todos los martes comprábamos muchas bolsas de pan caliente que llevábamos
a la escuela para compartir. Recuerdo que el aroma al pan caliente concentrado
en el ascensor por la mañana me colmaba de felicidad. Así es que pasaba gran
parte de mi tiempo en este mundo mágico que me permitía descansar del ambiente
violento que respiraba día a día en mi hogar.
Y un día,
haciendo su aparición de la nada misma, se gestó en mí la siguiente pregunta. Cuando
estoy en casa de Mariana, sé que la vida en esta casa se da, porque la veo,
porque estoy aquí presente. Veo a su madre cocinando, poniéndose el pijama para
ir a dormir, veo a Mariana lavándose los dientes y haciendo la tarea para el día
siguiente. Ahora, cómo puedo yo saber si la vida en esta casa continúa existiendo
en mi ausencia? Qué sucede cuando yo no estoy?
Entonces
comencé a elucubrar estrategias para poner a prueba mi hipótesis. Pensaba,
puedo venir algún día, sin que nadie de mi visita, y espiar por la mirilla de
la puerta. De esta manera sabría si la vida en la casa continúa aún cuando yo
no estoy. Pero en seguida descarté esta idea porque, aunque ellas no supieran
de mi presencia, mi presencia de hecho existiría, y por lo tanto, si veía vida,
no podía decir que esta vida se diera en mi ausencia, porque yo la estaría observando,
aun estando detrás de la mirilla.
Entonces se
me ocurrió otra estrategia. Si pongo una cámara pequeñita, en algún lugar bien
escondido, donde nadie alcance a verla, podré luego ver en la filmación si la
vida en casa de Mariana existe aún en mi ausencia. Pero esta segunda estrategia
fue también rápidamente descartada porque, aunque yo no estuviera allí físicamente,
aún seria observadora de esa realidad al momento de ver la película, por lo tanto,
no podría decir que la vida se diera aún en mi ausencia…
No recuerdo
si fue alguien externo a mí que se rio de mi idea, o si fui yo misma quien la
descartó, pero un día me dije a mi misma que el hecho de pensar que en mi
ausencia la vida en universo no existiera era de un egocentrismo difícil de
igualar (en mi casa me catalogaban con bastante frecuencia de egocéntrica, por
lo que me dije a mi misma que probablemente mi inquietud surgiera de mi
egocentrismo). Y así fue que, de un día para el otro, dejé de interrogarme a
este respecto.
Recuerdo
claramente el momento preciso en el que surgió el último interrogante. Me
encontraba tomando una coca cola en la mesa de una confitería con mi madre y mis
hermanos, cuando vi pasar un hombre de unos treinta años que llevaba en una
mano una raqueta de tenis. Estaba vestido con ropa de tenis por lo que lógicamente
iba a jugar un partido de tenis. En ese momento se encarnó en mi el siguiente
pensamiento (repito que le llamo pensamiento, pero no era realmente un
pensamiento sino algo que cobraba vida en cada parte de mi ser). Este hombre se
levanta todas las mañanas, va a trabajar, almuerza al medio día y regresa a su
trabajo. Por la tarde regresa cada día a su casa donde encuentra a su familia,
y tal vez una o dos tardes a la semana se lleva su raqueta y su ropa de tenis y
va al club a jugar con sus amigos. Es esto de lo que se trata la vida? No hay
nada más que esto? No hay nada más que
las acciones que realizamos día a día? Y supe, en ese momento, que la vida no podía
ser eso…lo sentí en cada partícula de mi ser…y sentí en ese mismo momento, una sensación
de profunda tristeza, porque era de eso de lo que se trataba la vida que yo
estaba viviendo en mi cuerpo material.
Ese día sentí
por primera vez la sensación que, muchos años más tarde, seria catalogada por algún
profesional como depresión. Decidí en ese preciso momento también, nunca más
volver a pensar en eso. Nunca más quería volver a experimentar esa tristeza,
esa decepción.
Muchos años
más tarde, sentada en una oscura habitación en la selva colombiana, escuchando
los cantos que salían como pájaros de la boca del chaman y siendo conducida por
la planta maestra por los oscuros recovecos de mi sombra, viví en mi la
experiencia de la ilusión del espacio tiempo. Lo viví en cada célula, en cada molécula
y en cada átomo de mi ser, y recordé a la niña atemorizada en su cama que se
preguntaba sobre la infinidad del espacio y del tiempo, y la tranquilicé y le
dije tienes razón, aquello que le han dicho es incorrecto, tu existirás por
siempre, porque existe algo mas allá de la materia que trasciende la materia
misma.
Algunos años
después, llego a mis manos un libro donde se hablaba del experimento que
realizo Thomas Young, donde, se demuestra, mediante la dualidad onda-corpúsculo de la materia, que el observador afecta lo observado, que
la consciencia crea la materia y que de esta manera la dualidad interior-exterior
se disuelve. Una vez más, regresé la niña que disfrutaba del aroma al pan
caliente y le dije tienes razón, si tu no observas la vida, la vida no ocurre.
Comprendí, por
ese tiempo también, que si el hombre de unos treinta años que va a jugar al
tenis dos veces por semana, que trabaja día a día para regresar a su familia y se
despierta al día siguiente para continuar realizando acciones incesantemente, no
toma consciencia, en el momento que sea, que hay algo mas allá dentro de sí
mismo que un hombre treintañero que trabaja, tiene una familia y juega al
tenis, invariablemente llegara a sentir aquella tristeza que sentí yo cuando
niña. Que el sufrimiento surge de la ignorancia. La ignorancia de creer que el
cuerpo material que habitamos es todo lo que somos, que estamos separados de
los otros cuerpos, y que nuestra existencia termina allí donde el cuerpo físico
muere.
Acaricio entonces
a la niña sabia. Y cierro los ojos y la siento dentro mío. Y veo que en
realidad no es una niña. Es es la sabiduría misma que través de mi se expresa. Y
comprendo. Y le agradezco. Y sonrío, como sonreía cuando olía el pan caliente.
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